martes, 13 de enero de 2015

Vaivén


Veo las burbujas ascender en la oscuridad, avanzando hacia la luz que se arrastra al final del pasillo de agua.
Las cosas vienen y van, se hilan y se cortan, nada es eterno, aunque muchas canciones se aferren a esa idea. No, mi canción interior lo sabe.
Aunque pueda parecerlo, esto no es una despedida triste. Aunque hundirse en el mar no sea lo mas agradable, tampoco es algo deprimente; al menos no esta vez.
Es sencillamente, una parte mas de la vida, un viaje, caes al océano y te hundes hasta alcanzar la otra superficie, la opuesta, y sigues andando en ese lado de la vida, como un inmenso espejo, hasta caer otra vez sobre el mar, rompiendo su esquema de olas, deslizándote hacia el lado opuesto.
Es como el vaivén metódico de un reloj, como un gran metrónomo irregular y espontaneo.
La vida es algo así, pero lo importante no es mantenerse a flote el máximo de tiempo, intoxicando esa parte de tu vida, sino recibir bien la caída y seguir adelante en la siguiente orilla.
O eso creo.

Solo hace falta, volver a respirar.

jueves, 7 de agosto de 2014

Demente

Otra vez aquellas paredes blancas...
Detestaba no poder despegar las manos del cuerpo, no poder hablar.
Escucho abrirse la puerta tras él; a pesar de no saber muy bien que pasaba en aquel lugar, sabia como funcionaba esto.
Se sentaron detrás suyo, le quitaron la mordaza, atada con una correa a su nuca, le agarraron del pelo para evitar posibles mordiscos, y, tras librarle el brazo derecho de la camisa de fuerza, le lanzaron al suelo.
Allí, tímido, le esperaba un platito de comida.
Le habría gustado decir que se resistió. Pero no sería sincero. Su mente estaba tan dispersa que incluso levantar la cucharilla le costaba; le drogaban con la comida, seguro.
Cuando acabó, empezó a nublársele la vista, al fin.

Abrió los ojos y, aun dormida, apago el fuego que colgaba del techo.
No lograba recordar que clase de piel cubría su tienda de campaña, pero era un placer dormir sin temor a que se inflamase.
Arregló su pelo rojo, oscuro, y se lavó la cara; en el agua se vio cansada, flaca.
Desayunó una de las pocas frutas que le quedaban y guardo dos conejos atrapados en sus trampas.
Mientras recogía la tienda, se quedo absorta observando el paisaje, pensando en la forma mas rápida de llegar a su objetivo. Era un camino rocoso y lleno de amenazas, pero eso no la amedrentó, al contrario.
Acabó de recoger.
Su tribu era experta en tiendas de campaña. En la suya cabían dos personas y recogida se convertía en una mochila que le permitía guardar sus objetos personales.
Se puso en marcha. Tenía que escalar una montaña para orientarse.
Como el sol empezaba a intensificarse, se puso los protectores en los ojos.
Mientras escalaba, se percato de las magulladuras de sus brazos. Ella había escogido hacer este viaje,a pesar de no recordar muy bien el motivo, pero si sabía que era importante para ella.
De hecho no recordaba mucho sobre su pasado, tampoco sabía la causa de su amnesia, pero no estaba dispuesta a perder el tiempo descubriéndolo.
Cuando alcanzó la cima de la montaña se sentó sobre un roca y sacó su cuaderno, cubierto en piel. En la ultima pagina había un mapa dibujado, sin duda, por algún viajero antiguo. Según el mapa, estaba acercándose a un un lugar sagrado llamado Ang-taer.
Ya podía ver algunas de sus inmensas estructuras sobresalir por la densa nube de polvo que la envolvía.
Ang-taer, uno de los cementerios de dioses repartidos por el mundo.
Nadie sabia muy bien quien o como habían construido aquellas inmensas estructuras megalíticas, cuadradas, pero según los sabios, eran las tumbas de los antiguos dioses.
En las paredes, llenas de ventanas, se podía apreciar que tiempo atrás tenían cristal, aunque la mayoría ya lo había perdido.
Aquellos lugares eran especiales. Cuando el sol atravesaba el cristal, la luz se purificaba y entonces la gente podía hablarle a los dioses, a los que podía pedir ayuda. Por eso estaba terminantemente prohibido tener cristal en las ventanas de los edificios no sagrados.
El polvo le dificultaba la visión. Desenfundo su espada corta que llevaba en el muslo y avanzó sin bajar la guardia. No solo los humanos podían encontrar refugio en la tumba de un dios.
Tardó varias horas hasta encontrar una tumba con un habitáculo que conservara la puerta en la entrada; se aseguró de que cerrase bien y bajó.
Preparó una trampa, usando el conejo que había capturado la noche anterior como cebo asegurándose de que la trampa no estaba muy lejos, para no perder tiempo, ni demasiado cerca para no atraer otros depredadores a su posición.


Ya en su refugio, extendió las pieles de su tienda en el suelo y cenó un trozo de carne de unos días atrás.
Se estiró sobre las pieles preguntándose cuanto faltaría para llegar.
Una molesta sensación se apoderó de ella; era como si fuese una extraña atrapada ahí, no recordaba nada, y en ocasiones se extrañaba al ver su cara reflejada, como si no fuese la suya.
Un ruido en el pasillo la devolvió a la realidad.
Olfateó el aire, era un cánido, seguramente un cazador. Podía oírle tras la puerta. Al no ver forma de entrar, el animal se marchó.
Un tanto alterada, se puso a afilar la espada antes de dormirse, con los sentidos atentos.

La dura almohada le impedía abrir los ojos.
Se incorporó con pesar, las sabanas eran blancas, las paredes eran blancas, el suelo era blanco, el techo era blanco, su ropa era blanca, hasta su pelo era blanco. La única distracción que tenia era una rejilla a lo alto de la sala, imposible de alcanzar.
Estaba harto de soñar con aquella habitación, y de que cambiase su sexo cada vez que dormía... no entendía que representaba todo aquello.
La mirilla de la puerta se abrió.
-Chico, quédate quieto.-La voz era grave y autoritaria, pero hablaba con calma.
Miro hacia la puerta de metal, blanca, y asintió.
-Bien, así no sera tan molesto. Hoy toca prueba.
Al oír esto, intentó liberarse de sus ataduras, cayendo de la cama.
-Eh, tranquilízate, no es nada, solo preguntas.-El celador empezó a abrir la puerta.- ¿Ya no lo recuerdas?
Estas palabras dejaron al joven descolocado. No recordaba que le hubiesen hecho pruebas jamas.
-Ya veo que no... Bueno, vamos allá.- con un suspiro, se colocó una mascarilla y destapo un botecito del cual salió un dulce aroma somnífero.
Recobró el conocimiento mientras el celador cargaba con él.
-...Mhhh...
-Ya te bajo, ya te bajo. No quieren que veáis el camino hasta aquí. Ahora colabora con el baño, no hagamos esto peor de lo que ya es.
A pesar de su aspecto; grande, calvo, y de piel oscura, este era el único cuidador que le trataba bien en aquel lugar.
Le desabrochó la camisa de fuerza, y él mismo intento desvestirse, pero no pudo sostenerse en pie y cayó al suelo.
-Vigila, ven aquí anda.
Después de quitarle la ropa, le ayudo con el baño, y luego, le proporcionó una ropa mas “adecuada” para visitar al jefe.
Una camiseta y pantalones blancos; al menos tenía las manos libres.
-Tu... ehm...gracias.
El grandullón sonrió:
-De nada chico, de una forma o de otra todos estamos encerrados aquí, mas vale que sea de buenas. Empezaron a andar por un pasillo de piedra gris, con un banco enfrente de la gruesa puerta de madera.- Madre mía, que ojeras... no te quedan nada bien con esos ojos tan claros, y ese pelo tan blanco te da un aspecto terrible... Bueno- hizo una pausa un tanto dramática.- aquí se acaba mi labor. Suerte.-Golpeo la puerta y se fue cerrando la única puerta de salida.
Tras la puerta apareció un hombre alto, con barba blanca, corta, y una larga túnica oscura.
-Llevadle a la silla.
Dos guardias le cogieron por los brazos y lo sentaron en una silla, atando a ella sus muñecas.
Aun tenia la cabeza embotada, así que respondió a las preguntas sin ni siquiera enterarse de lo que le estaban preguntando, reaccionando por instinto.
Cuando se le aclaro la visión, y la mente, el consejo y un hombre con bata blanca y pelo corto canoso llevaban un rato hablando. Intentó concentrarse en lo que decían.
-...por supuesto, ya os lo dije, el paciente esta en el estado idóneo.
-Ademas, no recuerda quien es ni lo que puede hacer.
-Es una ventaja para nosotros, sin duda, pero en cierto modo también para el, si recordase todo lo que hizo...
-Eso es lo de menos, como decía, la medicación funciona perfectamente, yo me declaro a favor.
-A favor.
-A favor.
En ese caso, no hay nada mas que hablar, llevadlo de vuelta a su habitación.
Uno de los de los dos matones, el que se encontraba a su derecha, volvió a sedarle.

Abrió los ojos esperando estar en aquella sala blanca, pero se encontró sentada frente a una de las ventanas de la tumba en la que se había refugiado.
Bajo a comprobar si algún animal había caído en la trampa.
Se sorprendió al ver a un licádeo forcejeando para deshacerse de la cuerda que lo aprisionaba.
Era poco habitual ver a uno de estos, sobretodo porque rara vez iban solos. Eran como lobos de pelaje claro, delgados, y con las patas finas y largas. No tenían mucha fuerza, pero eran veloces y astutos, se veía en sus ojillos amarillos.
Cuando el licádeo la vio, intento retroceder; pudo ver el cansancio en los ojos del animal.
Se acerco y de un solo golpe acabó con su agonía.
Dedico un rato a arrancarle los muslos traseros y, mientras se afanaba en cortar algo de carne, escucho un gruñido a su espalda. Un licádeo la observaba atentamente, ensañando todos los dientes bajosu estrecho hocico, como burlándose de ella. Sin duda, no estaba solo.
Como un rayo, salió corriendo en dirección contraria al lobo; pero unos metros por delante otro le cortó la retirada.
Se desvió entrando a una tumba medio destartalada para saltar por una de las ventanas, pero antes de que pudiese cerrar la puerta, una de las bestias se escurrió, quedando los dos solos en la habitación.
El licádeo saltó hacia ella, que se agacho pivotando sobre su pie izquierdo. cuando el animal aterrizó, le propino una patada en la cabeza y salió corriendo mientras el lobo se sacudía aturdido.
Saltó por la ventana y volvió a la calle principal, no quedaba mucho para llegar a su refugio.
Unos metros atrás, los otros lobos se percataron de su huida, y el tercero no tardo en unirse a la carrera.
Estaban acortando la distancia rápidamente. Uno de ellos, el mas cercano dio un gran salto, ya casi saboreando su carne, pero ella se lanzó contra suelo de espaldas alargando su brazo, desgarrando el cuello del lobo con la espada.
El licádeo profirió un horrible sollozo ahogado en sangre que detuvo a sus compañeros, tensos.
Tras unos gruñidos preventivos, se marcharon perdiéndose entre el polvo del cementerio.
Suspiró.
Con paso decidido y el corazón aun danzando en su pecho, se dirigió a su refugio donde comió unas frutas y algo de carne, a pesar de tener buen gustó, la carne de licádeo resultaba dura y en algunas zonas áspera. Se comió dos muslos, un alimento de peso después de varios días mal nutrida.
Debía marcharse de aquel lugar inmediatamente, dormir dos veces en un cementerio de los dioses era un terrible pecado, aunque una de las veces durase cinco minutos, estaba prohibido.
Ya a las afueras del cementerio, se sentó en una piedra y observo su espada, como si la viera por primera vez. Estaba en buen estado, pero el filo podía pulirse.
Se tomó su tiempo para afilar la hoja, y dejo Ang-taer atrás.

Le pesaba la cabeza... no, mas bien dicho, le pesaba la mente.
Escucho una voz lejana:
-¿Ya te has despertado? ¿Hmm?- Hizo una pausa como esperando respuesta.-Bueno, no esta mal.- la voz, cada vez mas nítida, pareció aproximarse.
-Dond...de...- Tenia la boca pastosa y no podía moverse.
Grandullón le ayudo a incorporarse en la cama y sentarse contra la pared. Su mente se estaba despejando.
-Has aguantado bien las pruebas medicas, chico, excepto por el episodio de las agujas, pero el resto muy bien.- Sonrió.
-¿Las agujas?
-Tranquilo, mucha gente les tiene miedo.
-Yo no, nunca, uh...-Se mareo un instante.- Nunca les he tenido miedo a las agujas.
-Pues esta tarde lo parecía.
-No recuerdo nada de agujas, solo estar atado a una silla... con gente preguntándome cosas...
-¿De veras? Eso fue ayer... a lo mejor se excedieron con la medicación. Debería comentárselo al doctor, siento tener que hacer esto, pero si se llegan a enterar de que he hablado contigo...-le puso la mordaza.- me metería en un buen lio.
Esperó. Esperó horas, no sabia bien a que, ni cuando llegaría, pero el, esperó.
Tras mucho tiempo de espera, una eternidad, según le pareció a el, alguien pico a la puerta y la abrió suavemente, algo muy poco habitual.
-Buenas tardes, ¿me recuerdas?- Le saco la mordaza de la boca.
-Si, Doc.-le miro a los ojos.- usted es el que me hacía las preguntas.
-Perfecto. Según me han dicho, tienes lagunas en la memoria, ¿cierto?
-Si, las tengo.
-Veo que estas dispuesto a colaborar, bien. Dime si recuerdas esto, y en caso afirmativo, explícame porque lo hiciste; durante las pruebas medicas me pediste un favor: cuando vuelva a estar en mi celda, dime: “Bolsillo interior derecho de la bolsa, encontré draen, imagino que ya sabrás utilizarlo.”
-Yo no he dicho eso.
-¿Donde crees haber encontrado esa droga, chico? Aquí esta bien guardada y no nos gustan los ladrones.-Su voz sonó afilada, peligrosa.- y que es esa bolsa de la que hablas?
-No hay ninguna bolsa aquí.
-Dime ¿por que crees que me dijiste eso entonces?
-¿Sinceramente? No tengo ni idea, al fin y al cabo esto no es mas que un sueño, nada mas, dentro de poco me despertare y seré yo otra vez, libre de esta celda ¡y de este cuerpo!.
-Ya veo...- Se puso en pie y tras dar unos pensativos pasos, prosiguió.- Creo que tu mente, que llegó aquí ya trastornada, al no poder soportar la presión y la culpa por todo lo que hiciste, empezó a fantasear con otros lugares creándote una alucinación que me atrevería a aventurar, aunque sea pronto, que ha degenerado una doble personalidad. No lo digo por placer, se han comprobado marcados cambios de conducta en ti.
Grandullón observaba sombrío desde la puerta.
-Eso es ridículo... no recuerdo fragmentos porque es un sueño,cada vez que me duermo aparezco aquí, y si me duermo aquí aparezco allí. Así que os agradecería que me sedaseis y me dejaseis volver a mi vida.
Le empezaba a doler la cabeza, pese a estar recuperado de las drogas suministradas durante las pruebas, aun sentía los efectos de la droga diaria que le ponían en la comida.
Cuando el doctor se giró en dirección a la puerta, el joven salió corriendo lanzándose contra la rodilla de Grandullón, que cayo dolorido al suelo.
-¡Atrápalo! ¡Que no escape!-En un instante ya estaba persiguiéndole.- Es uno de nuestros sujetos mas interesantes.
Cada vez lo tenía mas cerca, oía sus pasos aproximándose rápidamente.
La pesada mano del celador cayó sobre su hombro, frenándolo en seco; el joven rotó sobre sus pies. Como un rayo, clavo sus dientes en el hombro izquierdo de Grandullón y sin soltarlo, saltó, lanzando la rodilla contra el pecho de su oponente. Del impacto salio un resplandor azul que se quedo flotando en el aire como una gota de tinta al diluirse en agua.
Levantó la cabeza, los dos habían salido despedidos varios metros, aun atontado, se levanto y siguió corriendo.
-¡Mierda! ¡Se esta despertando!- antes de que Doc. acabase la frase, los enormes brazos del celador le redujeron. No sabia como le había atrapado tan pronto, ni porque el inmenso celador tenia un agujero enorme en la camiseta, lo que si que sabia, era que no era un hombre normal, sus ojos tenían las pupilas tan dilatadas que no podía verse el blanco del ojo.
De un solo golpe en la cara estampo al chico contra el suelo.
Su voz sonó profunda y fiera.
-No quiero hacerte mas daño, te llevare a la celda y colaboraras.
Sin esperar respuesta, se cargo al muchacho sobre el hombro y lo deposito en la cama.
Se dirigió hacia la puerta.
-Lo siento, preferiría seguir hablando, pero es lo que debo hacer...- Cuando se giró, le recibió una mirada fría, casi ofídea.-Espero poder conversar mas adelante.
Agotado, el joven dejo que la puerta y sus ojos se acompasasen en un amargo cierre.

Dio un respingo, sobresaltada.
Se tocó la cara; no le dolía.
Por fin había despertado de aquel horrible sueño.
Si, eso es lo que era, un sueño.
Se giró, no vio Ang-taer a sus espalda, de hecho no parecía haber estado nunca ahí.
Un recuerdo fugaz cruzó su mente: “En el bolsillo interior.”
Tal y como le habían dicho en el sueño, allí había draen, una barra de sabia condensada extraída del árbol draen.
Estaba segura de que el día anterior no la llevaba. Toda esta situación se estaba volviendo realmente molesta.
Ahora que lo pensaba con claridad, no sabia muy bien a donde se dirigía o que buscaba. Solo sabia hacia donde se encontraba gracias al mapa. El cementerio de dioses había aparecido y desaparecido como si nada, y se hallaba en un páramo montañoso y grisáceo, lejos de todo.
Bien podría tratarse de un sueño.
Por otra parte, si eso era cierto, quería decir que estaba loca, o mas bien dicho loco, y que todo eso era una forma de escapar a su propia enajenación.
Una idea nada agradable.
En cualquier caso, lo mejor que podía hacer era seguir. Si su locura quería hacerle avanzar, quería descubrir hacia donde, y si no estaba loca, o loco, estaría prosiguiendo su viaje como es normal.
Se colocó los protectores oculares, en este caso por el viento, ya que no brillaba mucho el sol.
Sacó el mapa. Ya casi estaba.
Si podía llegar ese mismo día, mejor, aunque le quedaba un buen trecho.
Empezó a escalar el monte que le separaba de la recta final. Era escarpado y su subida no fue fácil, pero al llegar a la cima se sintió animada y satisfecha.
Dejó la bolsa en el suelo. De ella saco un montón de ramitas con las que encendió una hoguera, una vez consiguió estabilizarla, oculta del viento tras unas rocas, dejó cocinándose lo que quedaba del licáedo.
Mientras esperaba, subió a un risco elevado y saco los binoculares. Allí estaba, una fortaleza cubica gris. Quedaba mas lejos de lo que había previsto, y se sentía cansada.
Se centró en la comida. No estaba muy buena pero le reconfortó.
Cuando se disponía a comenzar ese último trayecto, recordó lo que Doc le había dicho. Draen.
El draen le proporcionaría una gran cantidad de energía, podría avanzar mas rápidamente, con mas agilidad y con sus sentidos agudizados. Era justo lo que necesitaba, luego podría recuperarse descansando por la noche.
Saco la barrita. Para su sorpresa, ya estaba empezada, y parecía reciente. Sin preocuparse demasiado, corto una rodaja y la ingirió.
Empezó a bajar del monte en dirección a aquel edificio. Tenía que avanzar cautelosamente ya que las piedras desprendidas resbalaban por la pendiente.
El draen empezó a hacer efecto y su mente se agilizó. Quizás la mejor manera de bajar seria “patinando” sobre piedras y tierra sueltas.
De esta forma, en pocos segundos llego a la basta extensión pedregosa que le separaba de su objetivo. Salió corriendo hasta una roca tras la que cubrirse.
A través de los binoculares vio que la llanura tenia rocas y montículos desperdigados por todo el camino, que le podrían servir de refugios desde los que observar.
Una vez hubo fijado el rumbo, inspiró profundamente y salió a la carrera hacia el siguiente refugio, y así tres veces, después observó la fortaleza y confirmó que el rumbo fijado fuese el mas eficiente.
Al cabo de unas horas, empezó a sentirse cansada, el efecto del draen se estaba acabando.
No demasiado lejos encontró un lugar en el que establecerse un momento a recuperar fuerzas.
Esperó.
Cuando hubo recuperado el aliento, extendió una manta y, apoyada en la pared, sacó un trozo de pan seco que acompañó con un poco de carne.
Se le acababan las reservas.
A pesar de sentir un leve pinchazo de sueño, decidió seguir.
Recogió todo el material y miro cuales serian sus siguientes movimientos; al estar mas cerca debería pararse a mirar antes de salir de cada una de las rocas, no esperaba que un lugar así estuviese exento de vigilancia, aunque le harían un gran favor si así fuera.
Intentó ver la posición de los guardias por los prismáticos, pero el cansancio restaba precisión a su vista, así que antes de intentarlo de nuevo, tomó otra porción de draen y esperó unos segundos.
Ahora si.
Cada vez que el guardia giraba una esquina o entraba por una puerta, salía a la carrera en dirección al siguiente refugio. Repitió la operación hasta que no necesitaba binoculares para ver al vigilante. Ahora su prioridad cambió. Necesitaba un lugar donde poder montar su tienda sin ser vista, sino tendría que dormir al aire libre y eso no le parecía una opción agradable, tanto por el viento, como por el duro suelo de piedra.
Tardó media hora hasta encontrar el lugar perfecto. A pesar de estar muy cerca de la fortaleza, mas de lo que parecería prudente, el montículo, por la parte opuesta a la vigilancia, tenia un grieta que daba paso a un pequeña cavidad, allí podría instalar su tienda de campaña e incluso encender el fuego sin miedo a que la luz se desparramase por la llanura, algo que ni siquiera se había planteado.
Estaba contenta.
Se preparó una buena cena, al menos la mejor desde que comenzó el viaje, o desde que lo recordaba. No hacía mucho, a decir verdad, pero prefirió apartar ese pensamiento de su cabeza.
Mientras calentaba la cena, montó la tienda y prendió el fuego de su interior.
Se sentía satisfecha.
El Draen aun ejercía una cierta agitación sobre ella, así que paso gran parte del ocaso y unas horas de la noche observando los turnos de guardia, escogiendo el mejor momento para actuar por la mañana.


Si. Empezaba a creer lo que Doc. le había dicho. Seguramente estaba loco, y todo ese escenario paralelo no era mas que otra forma de escapar de un pasado traumático, otra prueba de ello era que ni siquiera podía recordarlo, solo intuir que estaba ahí, cosa que también podría atribuirse a la medicación. Independientemente de eso, era incapaz de recordar el pasado de sus sueños, y ni siquiera podía entrever cual era el objetivo que perseguía en estos, esa era la pieza fundamental que le demostraba que el sueño era ese, y no el manicomio. En el manicomio, a pesar de que no podía hacerlo, sabía que quería escapar de su celda y regresar a su hogar; recordaba vagamente un pueblecito, pero en los sueños estaba apunto de conseguir una meta totalmente desconocida, se había enfrentado a bestias, superado obstáculos y visitado Ang-taer, el mítico cementerio, que quedaba apartado de toda civilización. Todo ello resultaba absurdo, ninguna persona normal podría hacer algo similar, solo aquellos que poseían un don, o una maldición.
El sonido de la puerta le sacó de sus pensamientos. Dos hombres entraron sonrientes, sosteniendo un plato de comida, como siempre, al quitarle la mordaza le agarraron del cabello, pero esta vez, antes de que le desataran el brazo, una potente voz irrumpió en la sala.
-¡BASTA! Yo me encargare.
Los dos hombres se marcharon acobardados por la fiera mirada de Grandullón.
Cerró la puerta y se dirigió hacia el joven.
Seguramente había venido a recordar-le las consecuencias de un intento de fuga. Se preparo para lo peor.
Miro su hombro cubierto por una venda manchada de sangre con una mezcla de temor y vergüenza en los ojos.
-No te preocupes, todos pasamos por alguna crisis en algún momento. He venido a hablar, no a lastimarte.- Mientras hablaba, desató los brazos del chico y le indico que comiese. Luego se sentó en la cama.
-Lo siento...
-Creo- dijo suavemente- que hay cosas mas interesantes de las que hablar.
-¿Podrías responderme a algunas preguntas?- Poco a poco el ambiente perdió tensión.
-Claro, lo que sea, excepto como salir de aquí- A pesar de que su voz era plana y profunda, pudo captar una leve ondulación bromista en ella, seguido de una limpia sonrisa.
El también sonrió.
-¿Como te llamas?- Tras un instante reflexivo añadió- ¿y yo?
-Vaya chico, no me extraña que estés hecho un lio, tu nombre es Zeith, y yo soy Redag.
-Gracias por todo, Redag, dime, ¿donde estoy?
-Esto es un centro para personas afectadas mentalmente y... para los pobres invadidos por espíritus.-Esa última parte la dijo con un cierto pesar.- Si lo que quieres saber es donde se encuentra, la respuesta es Ródah, lo mas alejado posible de Kaéssah, la zona muerta.
-¿En Ródah? Son los limites de la civilización... ¿y porque tan lejos de allí?
-No se si lo sabes, pero en Kaéssah se concentra la mayor concentración de espíritus y demonios del mundo, y como ya sabrás, “los locos y los niños son los mas fáciles de influir por un espectro o diablo.- Lo dijo como recitando una frase de libro, solemne.
-Si... ¿Que he hecho para acabar aquí?
-Eso es confidencial, prefieren que no lo recuerdes.
-Debe de ser terrible.
-No creas... quizá pueda darte alguna pista. Tengo que llevar a Zeff a las pruebas físicas, luego volveré con algo que puede que te interese, aunque no se si debería dártelo, ya lo pensare.
-Muchas gracias Redag, hasta luego.
El enorme celador sonrió y salió de la sala.
Zeith.
Recordar su nombre le produjo un fuerte dolor en el pecho. De algún modo sabía que estaba ligado a cosas terribles.
Redag no tardó mucho en volver y entregarle un libro fino. Se marcho.
Tenía en sus manos un ejemplar de Vráek y las seis regiones. Era un cuento infantil sobre un héroe que, tras pactar con un espectro, utilizó sus nuevos poderes para liberar las seis regiones de los corruptos, salvando así al mundo de esas terribles criaturas. A pesar de que Vráek realizó el trabajo que la iglesia no pudo, y que siempre mantuvo su fe en ella, esta le encerró y nunca mas volvió a saberse de el.
Era un cuento polémico, la iglesia quería eliminarlo, pero todo el mundo había oído esa historia y aunque eliminasen todos los libros de una aldea, al cabo de poco los artesanos ya lo habían reescrito.
Mientras pensaba en que querría decirle Redag con ese libro, le pareció ver una sombra por la rejilla, pero cuando alzó la vista no vio nada.
Un instante después, un tremendo estruendo lo lanzó contra la pared opuesta. Alguien había volado la pared, donde segundos antes estaba la rejilla, al nivel del suelo exterior.
Los oídos le pitaban con fuerza.
Al levantar la vista, se encontró con una joven pelirroja y delgada que le miraba desde una cuerda. Saltó.
-Zeith ¡por fin te encuentro!-No podía creerlo, era él mismo, cada vez que soñaba se metía en la piel de esa chica.- Soy yo, Naera, se que ahora no puedes recordarme, pero seguro que recuerdas haber vivido mi viaje.-
-¿Eh.. co..como?- No pudo formular la pregunta.
Ella le abrazó con fuerza.
-El intercambio físico solo es posible entre psíquicos de alta compenetración, vamos, búscame, estoy entre tus recuerdos.
Le miró a los ojos y su mente se resquebrajo como un cristal, tras los pedazos que se desprendían podía ver fragmentos de su vida con ella; sabía que llevaban tiempo viajando juntos, aunque hacia mucho que no se veían, sabía que luchaban juntos, huían juntos, que confiaban el uno en el otro, y algo mucho mas importante, sabía que la amaba.
Parpadeó y al abrir los ojos no vio a la hermosa chica frente a el, sino que vio un chico pálido, ojeroso, exageradamente ojeroso, que le devolvía un mirada fría y cansada entre su cabello blanco. Ya casi no se acordaba de su propio aspecto.
La puerta se abrió de un golpazo, ya en sus cuerpos los dos se giraron.
-Zeith, ni se te ocurra.
Naera le lanzo un botellita que al romperse liberó una espesa nube verdosa.
-Así he dormido a los guardias de fuera.- Sonrió, parecía casi inocente. Casi.
-Lo siento Redag.
El celador cayó con estruendo sobre el suelo.
-Vamos Zeith, tienes mucho que recordar.
Narea le miraba apremiante desde el agujero, moviendo impacientemente la cuerda por la que acababa de subir.
El joven se apresuro a escalar. Reconoció aquel lugar, una vasta llanura pedregosa, gris. A pesar de que no pudo ver bien el edificio antes de que su compañera le agarrase la mandíbula, obligándole a mirarla, pudo ver que como sospechaba, era un inmenso bloque gris.
-Saca la lengua. Hmm... lo que imaginaba, lengua un poco azul, te han estado suministrando Tecaión, perdida de memoria, aturdimiento... Mierda...
-¿No deberíamos huir?
-Tomate esto, te purgara, y ahora si, ¡corre!
A paso rapido corrieron hacia el refugio de Narea, allí estaba todo preparado, la bolsa ya hecha, una petaca con agua, y dos rodajas de draen.
No hicieron falta palabras, Zeith bebió y se tomo el draen, después, los dos corrieron dejando atrás aquel terrible lugar de contención y tortura.


miércoles, 5 de febrero de 2014

Epilogo... ¿O prologo?


Quieto, se quedo pensando en como el mundo avanzaba a su alrededor, como se movía incansable, dinámico.
Su cerebro se estaba entumeciendo, hundido sobre el acolchado suelo.
Era terrible, miles de pensamientos azotaban su mente, estresándole, destruyendo sus nervios poco a poco sin poder hacer nada por evitarlo, sin poder mover un dedo, ni siquiera un milímetro.
Estirado, alejado de la realidad, esperaba a que su cuerpo reaccionase de nuevo, a que sus parpados le obedecieran otra vez, faltos de luz, como su alma de libertad.
Necesitaba huir de aquel lugar lleno de susurros y sollozos.
Sus fuerzas menguaron y se hundió mas; podía notar el impacto de miles de gotas por todo el cuerpo, lagrimas perdidas en reprimidos llantos olvidados.
Quedaba poco para alcanzar la paz; o almenos eso le gustaba pensar a él, puesto que en realidad no podía estar seguro de lo que pasara a continuación.
Todo se movió de nuevo, provocando que una de sus manos cayese al costado ¿Pero que importaba eso ya? ¿Que importaba que un mechón de su pelo negro le cruzase la cara, rompiendo la fría armonía de su rostro?
Nada.
Noto como su diminuto cubículo descendía lentamente, hundiéndose, y llevándose con él, el pesar de todos a los que dejaba atrás.
Por ultimo, escuchó como se aislaba rítmicamente de la realidad, un poco mas con cada montoncito de tierra arrojado por el enterrador, como tijeras cortando las finas fibras que le ataban a la vida.
“Descansa en paz, querido amigo... “ es todo lo que él podía desear


viernes, 23 de agosto de 2013

Suspiriis



Se levantó de la cama en la que llevaba horas postrado.
Ya eran las ocho y cinco.
No le gustaba su vida, su mundo...
Arranco la pagina del calendario antes de bajar las escaleras, veintiuno de marzo,.
Las tostadas sabían como siempre, igual que la mermelada, pero algo había cambiado, sin duda era El Día, pero no sabría decir porque, ni en que.
Salió de casa, aunque no fuese un gran estudiante, llegaba siempre puntual, como un autómata desganado.
Como cada día, se cruzó con ella, como cada día demasiado absorto para ver que sus ojos tampoco parecían responder a la realidad que la rodeaba.
Un compañero de clase le dio un inesperado empujón que lo lanzó contra el asfalto; justo después de la caída se giró para ver el parachoques de un coche abalanzándose sobre su cabeza.
Abrió los ojos y se levanto de la cama, arrancó una pagina del calendario mientras se preguntaba sin mucho énfasis como había esquivado la muerte.
veintiuno de marzo, el reloj marcaba las ocho y siete.
Se miró las heridas de la caída en los codos y las manos, suspiró mientras abría la botella de agua de su escritorio.
Alguien le había dicho que por cada suspiro realizado se restaba un segundo de vida.
Empezó a beber sin separar los labios de la botella; el agua empezaba a salirse de su boca pero siguió bebiendo. Un tímido charco se formó a sus pies, aumentando su tamaño y su velocidad de crecimiento.
Seguía bebiendo y el agua siguió emanando de su boca, inundando su cuarto.
Subió por sus tobillos, por las rodillas, torso, cuello, y lo sumergió llenándolo todo.
Su pelo y su ropa se removían inquietos en la antigravedad subacuática que le rodeaba.
Bajó las escaleras con calma, sin desayunar, salió a la calle en dirección a la escuela.
Se cruzó con ella, demasiado ensimismado como para ver que su cabello y su ropa, al contrario que el del resto, también flotaba en el agua, sin fijarse tampoco en la botella de agua que que ella llevaba en la mano.
Giro por un callejón estrecho, no tenia ganas de estudiar, tras tirar la botella, dejó que sus pasos le guiaran.
Despues de varias horas andando por las calles, sin rumbo, la vio a ella a lo lejos, con su melena fluyendo lentamente alrededor de su cara.
Avanzaron el uno hacia el otro hasta que sus cuerpos chocaron, fundiéndose en un intenso beso, suspiraron, sin separarse, su ultimo segundo de vida y se desplomaron como uno solo entre invisibles burbujas de felicidad.

Era mucho mejor que el parachoques del coche.

sábado, 10 de agosto de 2013

Tragado por el océano



El cielo brilla azul, no hay nubes oscureciendo-lo, el rastro de una tormenta pasada deja un leve toque de humedad que, unido a la leve brisa del océano, crean un clima paradisíaco.
El suave balanceo del barco sobre el mar en calma, le adormece en este paréntesis de placer.
Todo es perfecto.
Pero no se puede ser feliz con tantos cuchillos clavados. Cada uno una frase, una palabra incrustada en el momento menos esperado, cada uno una fuente de pútrida infección.
Baja la mirada, cuesta distinguir sus finas formas entre la sangre, oscura, que se arrastra lentamente desde las ennegrecidas heridas.
Parpadea fuerte hasta que la imagen se desvanece.
Se levanta, agotado y da un largo trago de agua.
Mira sus cicatrices, cubriéndole la piel del torso, la ultima aun no esta curada, pero al menos, ya la habían cosido, la herida estaba “arreglada” y lista para cerrarse.
Una voz resuena en su mente; escalofrío, dolor, temblores... el nuevo cuchillo se ha alojado entre dos costillas. Su piel empalidece, ya ha pasado antes por esto, pero no deja de resultar desagradable...
Lleva demasiado anclado a ese lugar, atraído por las suaves corrientes, los inmensos arrecifes de coral, la ferviente biodiversidad... pero no vale la pena seguir recibiendo daños tales por poder permanecer ahí...
Empezaba a ver las cosas claras...
Se dirige con paso dubitativo a la cabina y, tras un largo suspiro, leva el ancla.
Una lagrima cruza su cara, y luego otra, y otra; su respiración empieza a entrecortarse dejando vía libre a un sollozo suave pero desconsolado, dolor en estado puro.
Mira el océano a su alrededor, el que ha sido su único apoyo durante tanto tiempo, su cárcel y su escapatoria.
El barco, libre de anclajes es arrastrado por la débil corriente.
Las lagrimas siguen bailando en sus ojos mientras se ata el cinturón con peso, de submarinismo.
A pesar de que su sollozo es ya casi inexistente, su dolor esta absorbiendole.
Con tristeza, hecha un ultimo vistazo al mar, al horizonte, al cielo... sigue subiendo la mirada hasta caer sobre las aguas.
La superficie, rota por su entrada, empieza a calmarse, alejándose. Su cabello y sus extremidades ansían salir, persiguiendo las ya poco densas burbujas, pero su corazón decidido a sumergirse, arrastra todo su cuerpo.
Poco a poco la nitidez visual se desvanece, y al poco la psicológica sigue el mismo camino.

La luz se hizo oscuridad, la oscuridad recuerdos, los recuerdos nada, y la nada, liberación



jueves, 7 de marzo de 2013

Silencio, boca cosida y ojos sellados.
Oscuridad solo interrumpida por una sonrisa olvidada,
cuchillos, sangre, olor a quemado.
Danza macabra, pasiones, sangre,
avanzan ojos, las manos, balanzas.
que pesan las risas, los lloros. Gargantas
Abiertas proclaman las tumbas,
iglesias cerradas cuyas luces trasladan
a infiernos de paz,
de calma, de nada.
Soledad atrapada en costillas quebradas.
Presión atenaza las mentes, el pecho henchido
de ácido hiriente.
Se alejan cadenas, huesos de serpiente.
Dedos rotos, labios partidos, vació, nostalgia,
alegría, ayuda, altibajos constantes,
necesidad sin duda.

Amigos...

martes, 19 de febrero de 2013

Otoño

Estábamos paseando, tu y yo, entre la suave y cálida luz que bañaba aquel bosque otoñal. Las hojas; naranjas, rojas, cobrizas, danzaban a nuestros pies y llovían en poca pero constante cantidad.
Precioso.
Seguimos andando hasta que una alta pared, erosionada y mohosa, nos cortó el paso.
Caminamos a su lado, buscando su final. En el trayecto, hallamos la entrada, una verja de retorcidos hierros. Las dos puertas unidas formaban, en su centro, un circulo con una H en su interior.
Podía ver a lo lejos la estatua de un ángel con un ala rota. Un cementerio.
Nos miramos con determinación, nuestras manos se separaron dolorosamente pero, tras saltar la puerta, se entrelazaron ansiosas.
Pasada una pequeña muralla de secos setos, se extendía un campo salpicado de lápidas y cruces sin orden aparente.
Como nosotros, los arboles habían saltado la muralla adornando el lugar, tiñéndolo de otoño.
Lentamente avanzamos hacia el centro, donde reinaba el ángel.
Es hermoso- Te dije yo.- Pero no tanto como tu:”
Cállate, no digas tonterías.” Te alejaste divertida. Fui tras tus pasos, tu sonrisa, hasta una lapida sobre la que nos apoyamos.
Te besé.
Fue increíble, nos perdimos en la mirada, el sabor del otro.
Un movimiento en el suelo me saco de trance.
¿Te pasa algo?” Mezcla de preocupación y curiosidad.
Me ha parecido ver algo, creo que era una culebra.”
Nos abrazamos, el tiempo se alargó, aletargado en nuestra calma, en nuestro amor.
En una lápida vecina, vi un curioso animal; una especie de insecto sin un exoesqueleto rígido, gris con un leve toque granate. Levantó las patas delanteras amenazante.
Súbitamente, un tentáculo de características similares a la pequeña criatura se alzó entre las hojas. Retrocedimos, asustados, mientras mas tentáculos empezaban a rodearnos.
Salimos corriendo hacia la puerta, al pasar cerca del ángel empecé a detectar movimientos a lo largo del cementerio; no pude evitar mirar atrás. Nos estaban alcanzando.
Saltamos los setos y te agarraste a la puerta; te estaba ayudando a subir cuando uno se lanzó hacia ti, veloz. Me interpuse mientras tu saltabas. Intentaste coger mi mano entre los barrotes, casi nos rozamos, pero aquel ser tiro fuertemente de mi alejando nuestros dedos; alejando nuestras vidas.
Los tentáculos tiraban de mi hacia un hoyo sobre el que emergía una lapida, mientras, ligera, una pluma pétrea caía del ala izquierda del ángel.
¡Lárgate!- Grité- que al menos uno salga de aquí.”
Lo ultimo que pude ver antes de ser enterrado, fue tu cara contraída de dolor entre los barrotes y tu brazo extendido hacia mi.